Ecos al vacío

Pinos rígidos de piedra se alzan sobre tenebrosas cumbres montañosas. Las siniestras ramas de los árboles de distinta natulareza bailan con el silvido del viento de lado a lado en el camino. No se escucha ningún animal, ningún sonido ni susurran las voces inentendibles que he perseguido como ecos resonando desde el otro lado de la montaña. Miro mi reloj, se ha detenido a la 2:35 p.m. «¿Cuánto tiempo he vagado en este valle sinuoso?». Las estrellas aparecen en lo alto de la nocturna bóveda celeste.

La penetrante humedad se introduce en mis fosas nasales ahogándome y los murmullos se reencuentran con mis oídos produciéndome mareos y alucionaciones; observo un ser desconocido rodeado de niebla gris, que me acecha flotando muy despacio y quedo inmóvil ante el ser etéreo, «¿quién o qué es?». Cierro los ojos sintiendo la gélida niebla cubrir mi cuerpo. Al abrirlos, ya ha amanecido y los rayos solares golpean mi cara y cuando éstos se adaptan a la luz miro los rostros con expresividad de miedo atroz de los pinos rígidos de piedra que vi ayer y miran hacia donde nace el Sol. Estoy junto a ellos, aquí en lo alto. Pinos que antes habían sido humanos y yo me he convertido en uno de ellos.

Cuando el reloj marca las 2:35 p.m. comienzan los susurros de lamentos y ahora yo susurro junto a ellos.

No se escucha ningún animal, ningún sonido más que los ecos al vacío que devuelven una respuesta en un lenguaje desconocido.

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