Aldebarán


Me dirigí al Sol
al  camino contrario
de donde la Luna cegaba su caminar
dejando el rastro indeleble
de su última sombra confusa.

Encontré un árbol cuyas flores amarillas
brotaban tiernamente,
recordaba a la esperanza enterrada en una fosa
de mi temeroso y muerto pasado.

Continué hasta que el Sol durmió.

¿Fortuitos? Una vez cada cien años.

Pasé entretenida cinco minutos de mi vida, cinco minutos en los que sólo detallé con ainco y entusiasmo la tela de una araña muy bien hecha; cómo algunos de sus hilos se iluminaban a la luz de los fotones que se filtraban por la ventana y las partículas de polvo se hacían de pronto visibles. Viendo cómo los pequeños insectos se trepaban de ella y quedaban atrapados en la trampa luego de buscar un pequeño lugar para descansar sus pequeñas anatomías y ver que, mientras más luchasen en desprender sus cuerpecillos del pegamento de la telaraña más aferrados a ella quedaban. Por suerte la araña no ha vuelto a casa.

Éter insectiano

Me veo empequeñecida, pero ¿cuando he sido grande? Tan sólo es poco el espacio que ocupo, tan minúsculo que a veces se asemeja a una partícula y otras veces parezco ser tan etérea que me disipo como el simple suspiro que nace en mi ser.

Como un insecto que se esconde en los rincones oscuros de una vieja casona buscando un lugar seco y oscuro en el cual construir su morada. Así soy, como el pequeño insecto que vi en la tarde de ayer.

Niebla etérea

Cuando me pierdo, el camino de regreso se vuelve un laberinto en donde habitan mis sueños y también mis pesadillas. La niebla etérea entonces me impide ver la entrada o, ¿era la salida?.